Cuando las cosas llegan a su fin, repasas los comienzos. Y en eso está mi cabeza este domingo de descanso: en los comienzos de historias que alguna vez leí.
“Llamadme Ismael. Hace algunos años- no importa cuántos precisamente—teniendo poco o ningún dinero en mi cartera, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que podría navegar un poco y ver la parte acuosa del mundo. Es una manera que tengo de disipar la melancolía y regular la circulación. Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga; cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome, a pesar de mí mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres o sumándome al cortejo de un entierro cualquiera y, sobre todo, cada vez que me siento a tal punto dominado por la hipocondría que debo acudir a un fuerte principio moral para no salir deliberadamente a la calle y derribar metódicamente los sombreros de la gente, entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible. Esos viajes son, para mí, el sucedáneo de la pistola y la bala. (..) Pocos lo saben, pero casi todos los hombres, sea cual fuere su condición, alimentan en un momento dado esos sentimientos que me inspira el océano.”
Sí, yo también alimento esos sentimientos. Pero el océano que navegar no es el mismo para todos, ni la ballena blanca que perseguimos y obsesiona es siempre una ballena. Mi mar está entre otras páginas, en callejones de una ciudad cada vez más pequeña. Mi compañía no es Ahab.
Otro comienzo, más corto esta vez: “Nació con el don de la risa, la intuición de que el mundo estaba loco y ese era su único patrimonio” ¡Ay cuando la risa se transforma en la máscara de un Scaramouche cualquiera, cuando la intuición falla y le buscas sentido al mundo, y cuando dilapidas ese único patrimonio que posees: lo poco que puedes salvar en un naufragio (flotando sobre un ataúd salvavidas después de hundido tu barco)!
Dos ráfagas de un autor obsesivo y obsesionante: “Abril es el mes más cruel”, “Somos los hombres huecos/ somos los hombres de trapo”. En este abril cruel, siendo un hombre hueco. Un comienzo además de un encuentro: “¿Encontraría a la Maga?” (Sí, ¿la encontraría?, pero entonces). Un encuentro que da comienzo a la tragedia: “¿Cuándo volveremos a encontrarnos las tres en el trueno, los relámpagos o la lluvia?”
“¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia” Una historia de pesadilla, de un corazón delator.
“Con ardiente afán ¡ay! estudié a fondo la filosofía, jurisprudencia, medicina y también, por mi mal, la teología; y héme aquí ahora, pobre loco, que no sé más que antes” Una vida no vivida, un erudición estéril, y un alma en venta de un Fausto de saldo que compran Mefistófeles de provincias.
Y para terminar con los comienzos:
Eráse una vez, hace mucho, mucho tiempo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario